JUEGO DE MANOS 3

CARRERA DE ESTRELLAS

“Si el lagarto es la esencia viva del desierto bajo tierra, un pájaro, también mítico, la lleva en su pico”.

Saleh no hacía más que darle vueltas a esa frase que había escuchado anoche a sus mayores en la jaima; se la quitó de la cabeza la noticia de que al día siguiente iban a volverse a los campamentos, y no sabía si alegrarse o no. Iba a ver de nuevo a sus primos y a todos sus amigos de la escuela, sí, pero por otro lado presentía que allí no iba a poder ser tan libre; ya se había acostumbrado a la badía, le gustaba caminar solo en busca de los camellos o atender a las cabras; por las noches era feliz mirando las estrellas e imaginándose leyendas, jugando a crear nuevas constelaciones: había aprendido mirando al cielo cuándo iba a llover o cómo orientarse hacia el sur buscando a Suhail, pero a él le interesaban más las historias celestes desde que su madre le dijo que en aquella película de romanos los caballos blancos que llevaba el bueno, el que ganaba la carrera, tenían nombres de estrellas bautizadas por los árabes, Antares, Rigle, Altaïr y Aldebarán. Y se dormía pensando que era el principito que se había caído de una estrella con la misión de mostrarle a todos las bondades de la amistad y que solo con el corazón se puede ver bien.

Esa misma mañana, cuando más triste estaba, un pequeño bubisher se posó en su haima; el niño logró incluso acercarse un poco a él a pesar de que Hasana le decía que le iba a espantar. Saleh casi llegó a tocarle, no se atrevió, pero vio cómo sus miradas se cruzaron y en un lenguaje que solo los niños y los pájaros conocen le habló de su tristeza y le pidió ayuda, que le acompañara y así podría recordar la badía cuando estuviese en Ausserd.

Al rato, le preguntó a su madre: ¿es verdad que en los campamentos los nidos del bubisher están abiertos para que los niños podamos contarnos historias y pintar cielos llenos de estrellas que ganan carreras?

 

Javier Bonet

 

 

 

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