JUEGO DE MANOS 6

SOMBRA DE LUZ

 

«La última vez que yo vi la sombra fue entre los arbustos del jardín de la biblioteca del campamento de personas refugiadas de Dajla»

—¿Estás segura de que escuchaste esas palabras? —preguntó Aisha bajando su cabeza.

—Sí, sí, no tengo ninguna duda —respondió Sahla que mantuvo su cabeza levantada mientras buscaba en el cielo de la noche su estrella Albireo, amarilla y azul.  —Me lo contó Saleh la última vez que lo vi en Ausserd. Estaba preocupado y preguntaba una y otra vez —¿Y si la sombra no es de luz? ¿Y si es como las que describe la abuela de Daniela en el cuento Como cazar sombras? Dice que hay sombras que se alimentan de miedos y pueden crecer si no las cazamos. O sea que pueden traer una desgracia.

—Pues entonces, está claro ─respondió Sumaiyaa. Tenemos que entrar al jardín y cazarla. Que sepa que estamos cerca, que no nos olvidaremos de los libros y que volveremos a leer y reír en la biblioteca.  Mientras hablaba ella tampoco despegaba su mirada del cielo. Intentaba encontrar a la blanca y brillante Deneb.

—¡Ahora, Aisha, porfa, levanta la cabeza y busca! —dijo de repente Sumaiyaa. ¡Mira en la cola del Cisne!  Hoy brilla más que nunca.  ¿No ves? La de color naranja, Aljanah, tu estrella se deja ver hoy.  Y la tuya también, Sahla, en su cabeza.

—Sahla —dijo Aisha- me parto de risa con tu estrella.  En mi casa la conocen como “la estrella del pico” Con lo que a ti te gusta hablar, te va de lujo ese nombre.

Rieron las tres. Aisha que no paraba de dar vueltas a su cabeza con lo de la intrigante sombra, miró por fin al cielo, buscó en El Cisne y cuando visualizó su estrella alzó la voz y dijo

—¡Ahora, chicas!

Las tres niñas se cogieron de las manos cerrando un círculo, apretaron fuerte y sus ojos brillaron tanto como sus estrellas en el cielo. Sumaiyaa respiró profundamente y dijo

—¡Qué bien!

Aisha, Sahla y Sumaiyaa aquel día se habían vuelto a reunir junto a la casa de planta redonda detrás de la biblioteca de Dajla, como lo hacían todas las noches. Era verano en los  campamentos y hacía un mes que las bibliotecas habían cerrado. Las tres amigas eran muy fans del  Bubisher y de sus libros. En junio, antes de cerrar la biblioteca, le habían pedido a una de las bibliotecarias 50 libros para el verano.

—¡Alaaa, chicas, que exageradas! 50 son muchos libros.

La bibliotecaria que las conocía muy bien se sintió orgullosa de ellas.

—Esperad. Que piense algo.  Mmm… pues sí, ¡Llevaros mi libro electrónico y ya me lo devolveréis en septiembre! No es lo mismo que el papel pero ahí podréis encontrar muchos más de 50, muchísimos más. ¡Bueno, y tratadlo bien, no me lo devolváis roto o lleno de arena!

Aquel regalazo iluminó sus caritas mucho más que las estrellas del Cisne.

Desde aquel día, todas las noches cuando llegaba la hora del té y sus familias se reunían a escuchar las historias de los mayores, ellas cumplían su pacto: al llegar la media noche  se juntarían en la casa redonda. Por eso, después de cenar mientras se servía el té en la jaima y los relatos nocturnos  absorbían a toda la familia y visitas, ellas se deslizaban disimuladamente a una esquinita escondida de sus jaimas y se hacían las dormidas, para  un poco antes de la hora acordada escurrirse sigilosamente y correr hasta la casa redonda.

Allá cada noche la que llevaba el libro electrónico narraba una nueva historia. Elegía una entre las que había leído durante el día, algo que ayudaba a mitigar el terrible letargo al que se veían sometidas por el inmundo calor de la hamada.

—¡Qué suerte tenemos, nos gusta leer! Se jactaban muy a menudo las tres.

En la casa redonda, mirando al Cisne y cogidas de la mano permanecieron un rato largo.

— Tenemos que irnos ya. —dijo de repente Sumaiyaa. Mañana entraremos en el jardín. Esta noche han brillado las estrellas de Lacerta, El lagarto, la constelación pegada al Cisne, a su izquierda. Es una señal. !Toma, Sahla, te toca!

Le pasó el libro electrónico y cuando ella lo cogió lo apretó contra su pecho, y chilló con cara de pilla.

—!Carrera de plumas sin pisar agujeros negros!

Rápidamente las tres al unísono se levantaron de un brinco y corrieron hasta sus jaimas saltando los huecos que el viento durante el día había surcado en la arena y la luz de luna azuleaba al oscurecer.

Al día siguiente, otra vez en la casa redonda después de hacer el rito de las estrellas, cuando sus ojos comenzaron a chispear, Aisha ordenó

—¡Entramos ya!

Se quitaron las sandalias y sobre la templada arena de Dajla se acercaron sigilosamente hasta la misma puerta de la biblioteca, ya que daba directamente al jardín. Muy en silencio para no despertar al guardián, Sahla, la más fuerte de las tres, se colocó a cuatro patas apoyada en el muro. Sumaiyaa, la más alta, subió encima de su espalda y se incorporó casi alcanzando con sus manos el borde superior. Entonces Aisha trepó por encima de las dos hasta saltar al otro lado. Buscó la escalera y se la pasó a sus compañeras. Era tan importante que la sombra estuviera contenta  que nada les impedía saltarse las normas, aunque el espectáculo era un poco aterrador: ahí estaba su biblioteca del alma, ahora tan vacía, nadie leyendo en los bancos del patio. Pero incluso así, les seguía pareciendo única y elegante.

—Rodearemos el jardín y esperaremos sentadas sin hacer ruido ─dijo muy bajito Sumaiyaa.

Eligieron una esquina desde dónde podían vigilar todo el espacio. El jardín estaba verde todavía. Seguro que el vigilante lo cuidaba muy bien. Pero en aquel momento era todo como una gran sombra no muy agradable.

—Igual es demasiado tarde  —se preocupó Sahla.

—¡Sahla, que no! Está todo bién. Hoy es el día. Ya verás —le tranquilizó Aisha.

—Shhhhhh —Sumaiyaa les increpó a las dos

Esperaron un corto espacio de tiempo hasta que de repente una brillante luna redonda asomó por encima del patio iluminando primero una pequeña parte del jardín.

—¡Ya! —dijo Aisha —¡Ya está aquí!

La blanca luz avanzaba poco a poco entre las plantas mientras dibujaba divertidas sombras entre los arbustos que comenzaron a hacer las delicias de las tres niñas, porque una y otra vez en ellas veían los paisajes, las personas y los objetos que habían imaginado cada noche  mientras escuchaban las historias leídas en el libro electrónico.

… —¿Os acordáis de El club de las zapatillas rojas, el primer libro que leímos? ¡Pues mirad esas dos sombras son los zapatos violetas de tacón que le regalan a Lucía en el primer capítulo … —¿Y esa otra? … Sii, es Frisia, la princesa guerrera, la de La ciudad de las mentiras.  ¿La veis? Lo sé porque lleva el arco y la espada. —Y mira, mira, mira esa casa que está apareciendo ahora! —Alaaa, si es la mansión de Flavia y su bicicleta Gladys de ese libro que nos gustó tanto, Asesinato en el huerto de pepinos …

Así permanecieron hasta que todas absolutamente todas sus lecturas habían circulado por el jardín de la biblioteca de Dajla.

Con el último libro la luna desapareció. Había dejado en el jardín un rastro de sombras de luz y una agradable tranquilidad que se empezó a extender por todos los rincones. Para entonces Aisha, Sahla y Sumaiyaa habían juntado sus manos en círculo otra vez mirando al cielo; y aunque desde ahí no vislumbraban sus estrellas, sus ojos brillaban con la misma intensidad.

—Gracias, Cisne y Lagarto. ¡Lo conseguimos!

Rápidamente volvieron a saltar la tapia. La última, Aisha, para recoger la escalera que estaba al otro lado. Cuando fue a devolverla a su pared, un haz de luz procedente del cielo, iluminó un trocito del muro. Había unas palabras escritas que antes no estaban. Se acercó y pudo leer:

Seguiré revoloteando por las bibliotecas

y mi sombra será siempre de luz.

No os preocupéis. Shukran

Koro Azkona

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